Del poder al propósito: el giro que cambió a Andrés Zuluaga

Entrevista por Nicolas Escobar Uribe a Andrés Zuluaga.

“Mi nombre es Andrés Zuluaga . Soy Piscis, nací en marzo de 1965 y acabo de cumplir 60 años. Estudié Economía y Ciencias Políticas en la Universidad de los Andes y tengo un Máster en Desarrollo Económico. Mi pasión toda la vida ha sido el comercio exterior, trabajo y vivo en función de ese tema. Soy doblemente divorciado, no tengo hijos, y vivo en una casa en Cajicá con mi madre, que tiene 98 años y seis meses. Tony, mi mascota, nos acompaña, además de la persona que cuida a mi mamá, que es un ángel que se nos apareció hace algunos años.”

Andrés Zuluaga

El momento del diagnóstico

Nicolás: ¿Cómo fue el momento en que recibiste el diagnóstico?

Andrés: El Andrés que estás viendo ahora era muy distinto de aquel joven de 32 años. Yo era presidente de un gremio muy importante de este país, me gustaba el poder, me gustaba la política y, lo más grave, me iba muy bien. Entonces me creí el cuento.

De repente un día comencé a sentir una molestia en la garganta que se fue convirtiendo de forma muy acelerada en dolor crónico. Estoy hablando de horas. Fui a hacerme unos exámenes y apareció un tumor de altísima malignidad que hizo metástasis en el sistema linfático. Esa situación me puso muy molesto porque yo era un tipo que vivía en función de la vanidad y el poder, y no entendía por qué a un personaje con relativo éxito le aparecía una enfermedad de esa naturaleza.

Nicolás: ¿Qué sentiste primero: miedo, incredulidad, enojo?

Andrés: Enojo. Incluso cuando me hicieron la extirpación del tumor, una mañana de domingo en la clínica, solo, peleé con Dios. Le reclamé con mucha soberbia: "¿Por qué a mí?" No veía razón. Tenía una familia maravillosa, una posición económica maravillosa, reconocimiento en comercio exterior, cercanías con el poder político.

Tal vez por ser domingo en la mañana, con Dios muy despejado, me contestó muy rápido. Me dijo: "Por eso mismo. Le mandé este reto porque usted no ha podido entender que se estaba convirtiendo en una persona no grata, incluso para su familia y círculo cercano. ¿Está seguro de que estaban cómodos con su forma de vivir en función de valores equivocados? Yo creo que no. Por eso decidí mandarle un reto de verdad, aunque las señales fueron ignoradas".

Esa discusión, por supuesto, la perdí.

Nicolás: ¿Cuál fue tu mayor temor en esos días?

Andrés: Sobre el tema de la muerte, decir que no me daba temor sería una tontería. Pero sucedió algo interesante: conocí a la muerte, Nicolás. En uno de los momentos más difíciles, conocí a una muerte maravillosa. La muerte me decía: "Todo el mundo me juzga mal, pero yo solo soy un designado para acompañar a las personas en el tránsito hacia Dios. Soy un acompañante, eso es lo que soy".

Si alguna vez tienes la oportunidad de ver una película viejísima que se llama Joe Black, protagonizada por Brad Pitt, es la ejemplificación perfecta de lo que yo vi. Aprendí a respetar la muerte, no a temerle.

Pero mi temor más grande, y lo digo de verdad, fue volver a ser lo que fui antes, no haber aprendido la lección. Durante todo el tratamiento mi temor fue: "No pierdas la lección, no te vuelvas jamás otra vez ese tipo". Ese camino no conduce a nada. He trabajado estos 25 años para mantener eso, y creo que lo he logrado.


El punto de quiebre

Nicolás: ¿En qué momento sentiste que algo dentro de ti empezó a cambiar?

Andrés: Cuando me enfrenté a mi primera quimioterapia. Mis quimioterapias eran muy largas, de siete horas, de siete de la mañana a dos de la tarde. En la primera, tuve la oportunidad de compartir el centro de quimioterapia con dos personas: a mi izquierda, un senador de la República de Colombia; a mi derecha, un ebanista.

Al frente nuestro, durante siete horas, estuvo María, una enfermera que no hablaba con nadie, muy concentrada en aplicarnos el tratamiento correcto a las personas correctas en la hora correcta.

Cuando terminamos esa quimioterapia, a las dos de la tarde, salimos. Vinieron tres camionetas blindadas llenas de escoltas para el senador. Mi esposa llegó con mi mamá en nuestro carro. Y mientras yo me montaba, vi al ebanista irse en su bicicleta, no sé  dónde.

La lección fue esta: me di cuenta de que María nos había puesto el mismo tratamiento a los tres, pero nunca nos preguntó si éramos senador, si hablábamos inglés, si teníamos títulos. ¿Qué le importaba? Estábamos desnudos los tres frente al reto más importante de nuestra vida: pelear por vivir. Y en eso, a nadie le importaba nuestra hoja de vida.

Durante la vida te encargas de acumular como si ese fuera el verdadero botín que tienes que llevar en tu mochila. María nunca nos pidió la hoja de vida. Nos dio el tratamiento que necesitábamos. Desnudos frente al reto más importante de la vida, lo entendí todo.

Lo que uno tiene que cargar en la maleta es solo lo necesario para sobrevivir a ese reto: fortaleza, convicción de que éramos capaces, acompañarme de Dios y de las pocas personas que nunca me soltaron la mano. Lo demás no me sirvió para nada, Nicolás.


La transformación

Nicolás: Antes del diagnóstico, ¿cómo definías el éxito en tu vida?

Andrés: Mi propósito era ser exitoso, tener dinero, ser reconocido, que me tomaran fotos, dar discursos donde tuviera a mi lado ministros y presidentes. Destacar, destacar, destacar. Ese era mi propósito.

Comencé muy joven, me gradué de la universidad muy temprano, tuve cargos públicos de altísima responsabilidad siendo muy joven. En un trasteo que hice hace un año, encontré un recorte de prensa que me guardó mi esposa: fui elegido por Portafolio como el presidente de gremio más joven del país, con una calificación alta en el desempeño. Cuando eso salió, no me la creía. Era el cumplimiento de mi meta.

Nicolás: ¿Qué aprendiste sobre tu cuerpo y tu mente en medio del tratamiento?

Andrés: Aprendí algo trascendental: el equilibrio emocional y la batalla física. La batalla física la das con medicamentos, dietas, sueño, lo físico. Pero lo emocional, lo que no se puede tocar, es —de manera desequilibrada— lo más importante.

El día que mi médico me dio de alta, en diciembre del 2000, abrió una botella de whisky en su consultorio y me tomé el primer whisky en dos años con él. Ese día me dijo: "Durante estos dos años no he hecho sino decirles la importancia del equilibrio entre lo físico y lo emocional. ¿Es 50-50?" Le dije: "Ni hablar". Uno necesita un equilibrio emocional de al menos 70% y lo físico 30%.

Esa es la valía más grande que saqué de todo este proceso. Llevo 25 años con ese convencimiento de la importancia de lo emocional. Y no es que haya sido una fiesta desde entonces, pero saco esa espada maravillosa de construir una potente estabilidad emocional como soporte para mi vivencia.

Nicolás: ¿Qué cosas dejaron de ser importantes para ti después de atravesar la enfermedad?

Andrés: Dejó de ser importante el trabajo como satisfacción de todo. Volví a recuperar la importancia del equilibrio en la vida. Antanas Mockus es un pensador que yo seguí mucho. Corregía a un presidente que tuvimos en Colombia cuyo slogan era "trabajar, trabajar y trabajar". Antanas dijo: "No. Lo que hay que hacer es trabajar, descansar, pensar y trabajar".

Mi vida era en función del trabajo y la consecución de antivalores: posición, dinero, poder. Mi familia, mi casa, mi ocio eran impensados. Ahora trato permanentemente de mantener un equilibrio entre todo: mi trabajo —que ya no es el porcentaje más alto de mi tiempo—, mi ocio, mi perro, mi familia, una película, una llamada a una amiga. Ese equilibrio que no tenía es una de las cosas más gratas heredadas de ese proceso.

El poder dejó de ser un atractivo. Me fastidia, Nicolás. A veces veo a los que pelean por el poder y me fastidia. Es como cuando dejas de fumar y el olor del cigarrillo te molesta. Hoy no intento ninguna posición de poder. Mantengo mi independencia como empresario en comercio exterior, pero desde lo privado. No volví a aceptar cargos públicos ni responsabilidades para terceros. El dinero con el que vivo es el que debo tener, no me mato por tener más. Vivo con una enorme tranquilidad.


Vulnerabilidad y Fe

Nicolás: Esa conversación que tuviste internamente con Dios, ¿cómo fue? ¿Eras creyente antes?

Andrés: Me eduqué en un colegio católico con padres españoles escolapios, muy liberales. En los ochentas tuve la oportunidad de vivir el tema religioso de manera bastante crítica. Siempre tuve una relación con la iglesia muy distinta, pero mis convicciones religiosas se han mantenido intactas hasta hoy.

Creo en Dios, creo en Jesucristo como personaje. Me encanta ese personaje, su personalidad, lo que hizo, la forma en que lo hizo, ese séquito de locos que lo seguía y finalmente escribieron la historia. Con la iglesia tuve idas y venidas, pero en materia de fe nunca la perdí.

Mi fe fue uno de los tres soportes fundamentales de mi recuperación. Pero no fue lo único, porque no quiero quitarle mérito a Carlos Castro, mi oncólogo, que lideró un proceso humanísimo conmigo, ni a mi familia en sentido ampliado: mi esposa, mi mamá, mi hermano, mis primos, mis amigos. Y cuando digo amigos, no eran doscientos, eran cinco. Mucha gente apareció pero se fue igual. Los cinco siempre estuvieron, nunca se fueron y no se han ido.

Nicolás: Cuando pasamos por este tipo de procesos, nos volvemos vulnerables y presa fácil de diferentes religiones, cultos, medicinas alternativas. ¿Cómo manejaste eso?

Andrés: Fue muy difícil por la palabra que usaste: vulnerabilidad. Hoy te hablo de la fortaleza que creo que aún tengo, pero durante dos años tuve momentos de enorme debilidad física y emocional.

Comencé el proceso con 12 personas y ganamos la pelea cinco. Perdí siete compañeros de lucha. Cuando pierdes compañeros de lucha hay momentos en que dices "me entrego", y yo me entregué más de una vez, Nicolás. Recuerdo una vez en que cogí todos los medicamentos que tenía en mi apartamento y los boté por el inodoro. Me entregué. No porque estuviera perdiendo —estaba ganando, estaba batallando—, pero como veía que mis compañeros iban cayendo, sentí que no valía la pena.

Durante esos dos años, de forma absolutamente sincera, muchas personas se me acercaron ofreciéndome alternativas a la fe. Me llamaron personas que por teléfono me hacían sanaciones, me visitaron desde iglesias en algún lugar del mundo. No valoré mucho eso hasta que tomé la decisión de parar y decir "no más". No tenía ni la energía ni la atención para ir a donde nunca había ido. Me parecía hipócrita volverme de la noche a la mañana fanático. No lo hice, me mantuve en lo que siempre fui y no he cambiado ese tipo de creencias.

Fue fuerte decirle no a muchas personas que bien intencionadamente me invitaban. Incluso por pura amistad llegué a ir a una iglesia donde me hicieron un exorcismo. Sí, pero el padre Álvaro, que ya murió, me dijo: "No tiene nada. Lo que necesito es que usted me ayude aquí en la iglesia, porque habla mucha carreta".

Me mantuve fiel a mis creencias, y eso me dio soporte y solidez.


El propósito hoy

Nicolás: ¿Dirías que hoy tienes más claridad sobre tu propósito? ¿Cómo lo definirías?

Andrés: Hoy es totalmente distinto. Nada de aquello importa. La vida me llevó a dedicarme a cuidar a mi mamá. El mundo se alineó en eso y Dios quiso que ella se quedara conmigo desde la pandemia. Es una altísima responsabilidad, demandante en energía y tiempo.

He entendido que tal vez ese es mi propósito actual. ¿Por cuánto tiempo? Mis amigos me preguntan por mi longevidad, pero mi mamá va a cumplir 99 años. Entonces lo que siento es que mi propósito es ir aceptando los retos que se me presentan. He dejado de proyectarme mucho, me parece inútil. Me parece mucho más lindo aceptar lo que me toque en este cuarto de hora y vivirlo con profundidad.

Estar con el proyecto de mi mamá me costó un matrimonio por un tremendo desbalance, porque le dediqué más a mi mamá que a mi pareja, y eso me condujo por un camino equivocado. Pero hoy ese es mi propósito y lo estoy cumpliendo con todo el amor, entusiasmo y energía.

Nicolás: ¿Cómo impactó esto en tu manera de relacionarte con tu familia y amigos?

Andrés: Mi último divorcio fue muy difícil. Lo llamé mi segunda muerte. Pero hoy con mi exesposa tenemos una muy buena relación, y hemos concluido entre muchas otras cosas que si hubiéramos comunicado mejor, seguramente no estaríamos divorciados.

Descubrí que no había que tenerle miedo a la muerte como transición, pero sí había que temerle a no aprender la lección, a volver a ser el detestable ser humano que no le simpatizaba solo a mí en mi ego.


Consejos y prácticas actuales

Nicolás: Si pudieras dar un consejo a alguien que está viviendo una crisis —sea de salud o personal—, ¿cuál sería?

Andrés: La comunicación. Tuve la oportunidad de que mi oncólogo me pidiera desde temprano que le ayudara a hacer la inducción a nuevos pacientes de cáncer en el Instituto Cancerológico.

Es increíble que en 2025 todavía sintamos que hablar de cáncer es hablar de un tabú. Cuando uno ha sido paciente se da cuenta de que incluso la misma familia no le gusta mencionar la palabra porque les da temor, angustia. Si tú no puedes tener una comunicación abierta sobre el cáncer, donde puedas sentirte libre de decir "tengo náuseas" sin que sea un tema del baño... yo tuve casos donde el paciente sabía que tenía cáncer, la familia sabía, pero entre ellos no se hablaban.

Es una enorme soledad, y estos retos no se pueden vivir en soledad. Mi último divorcio me enseñó lo mismo: si hubiéramos comunicado mejor, no estaríamos divorciados. La comunicación es vital. Si logramos mejorar eso como principio fundamental, salvaremos muchas vidas de gente que pierde la batalla por mala comunicación.

Nicolás: Hoy en día, ¿qué prácticas, hábitos o rituales mantienes para cuidar tu salud y tu propósito?

Andrés: No cosas muy exóticas, Nicolás. En primer lugar, saber que el propósito que estoy viviendo es también una forma de ser feliz. Si yo hubiera entendido que cuidar a mi mamá es un castigo, no estaría aquí. Estaría ahogado, o ella abandonada en un hogar.

Cuando logras que tu propósito te dé felicidad, las demás cosas comienzan a aparecer más tranquilamente, porque ese propósito se rodea de cosas complementarias. Es como concentrarte en hacer una buena lasaña boloñesa, pero no descuidas que tienes que tener una buena ensalada, y la ensalada necesita una buena mezcla de aceite de oliva, sal, pizca de pimienta. Y no olvides que tienes que poner un par de limones en la nevera para acompañar con un buen maridaje, y no descuides el pan.

Está mi mascota, y llamo mucho la atención sobre eso. Yo no era de mascotas, pero la pandemia me trajo una. Hoy es mi compañía, está aquí en esta entrevista. Él me habla, no tengo cómo probarlo, pero me habla.

Está el respeto, admiración y cariño que le tengo a la persona que cuida a mi mamá. Es un ángel que se me apareció en la vida. En medio de una crisis personal fue la única persona que se quedó a mi lado, a pesar de que también tenía rabia por los acontecimientos que llevaron a mi divorcio. Pero decidió quedarse y estar todavía con nosotros. Le debo mucho, la admiro y la respeto mucho.

Y encontrar un lugar adecuado para vivir. Creo que tengo derecho después de 60 años de vida a tener un espacio que me parezca agradable, que tenga un jardín donde mi perro pueda correr, que esté en un lugar donde no me sienta agobiado por una ciudad con demasiado ruido, angustia, estrés, inseguridad, zozobra.

Comienzas a sumar todas esas pequeñas cosas y son las que te dan soporte. Miro la casa donde estoy viviendo hoy y sonrío. Miro a mi perro y sonrío. Miro a la cuidadora de mi mamá y sonrío. Miro a mi mamá y sonrío de forma profunda. Y eso sustenta el fin.

“Durante la vida te encargas de acumular como si ese fuera el verdadero botín que tienes que llevar en tu mochila. María nunca nos pidió la hoja de vida. Nos dio el tratamiento que necesitábamos. Desnudos frente al reto más importante de la vida, lo entendí todo.”

Andrés Zuluaga

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