“De dejarse llevar… a despertar”: la historia incómoda de Andrea dentro del mundo publicitario

El nombre de la persona entrevistada ha sido cambiado y se han omitido detalles específicos para proteger su identidad y preservar la confidencialidad del entorno profesional descrito.

Durante más de una década, Andrea trabajó en agencias liderando campañas para algunas de las marcas más conocidas del planeta. Era buena. Era estratégica. Era eficiente. Y también era parte de un engranaje que con el tiempo, empezó a incomodarla profundamente.

En esta conversación, Andrea nos habla sin filtros del conflicto entre su ética personal y el impacto real de lo que ayudaba a vender. Una historia de contradicciones, coherencia y el coraje de empezar a decir “esto no es para mí”.

Porque a veces no basta con tener éxito, hay que poder dormir con uno mismo.

¿Quien es Andrea?

Soy Andrea González, española, administradora de empresas y durante años creí que el trabajo era el eje de mi vida. Hoy, en mis 30s y desde México, estoy en una etapa muy distinta: ya no quiero solo producir, quiero entenderme. No estoy casada, no tengo hijos y, por primera vez, estoy priorizando algo que había postergado: disfrutar y entender la vida.

¿Cómo entraste al mundo de la publicidad?

No fue por creatividad ni por pasión artística, entré por números, por estrategia, por ingresos. Venía del mundo del Revenue Management, esa técnica que usan aerolíneas y hoteles para maximizar ganancias. Y descubrí que en publicidad programática también se puede vender más, con menos. Empecé en un medio muy grande en mi país de origen y luego pasé al mundo de agencias y marcas.

¿Qué esperabas sentir al entrar a ese mundo?

Lo veía como magia: Times Square, comerciales perfectos, gente sonriendo en vallas gigantes. Pensaba que eso era hacer historia, que ayudar a una marca a ser visible era dejar huella. Quería tener impacto. Y lo logré… pero no de la forma que imaginaba.

¿Qué cambió?

Todo. Entendí que muchas de las marcas que ayudábamos a crecer, lo hacían vendiendo productos que enferman, que contaminan, que anestesian. Hoy miro atrás y me cuesta reconocerme; me impresiona cómo normalicé trabajar con empresas cuyo objetivo era literalmente aumentar el consumo de azúcar, de ultraprocesados, de hábitos que nos están matando.

Pasé de sentir orgullo… a sentir un nudo en el estómago.

¿Te sentiste cómplice?

Claro. Y también autoengañada; una vez, una marca dijo abiertamente que su meta era que las familias en México pasara de tomar un litro de su bebida azucarada a tres cada domingo. ¿Cómo podía yo seguir adelante sabiendo que México tiene una de las tasas más altas de diabetes del mundo?

Y aun así, lo hice. Porque era parte del trabajo. Porque alguien más lo iba a hacer, esa era mi excusa; hoy me doy cuenta: era un consuelo barato para mi propia incomodidad.

Me sentía incoherente y parte del problema… aunque también empecé a sentirme parte de la solución.

¿Lo hablaste con otras personas?

Muchas veces, algunos no quieren ver; otros, aunque lo sienten, se aferran al “esto es lo que hay”. Pero hay un grupo —cada vez más grande— que empieza a despertar, personas que han vivido rupturas: una enfermedad, un duelo, un burnout. Esas personas se cuestionan, ya no les basta con seguir el molde.

Entonces empiezan a preguntarse: ¿quién soy?, ¿cómo me cuido?, ¿qué pongo en mi cuerpo?, ¿con quién me rodeo?; y desde ahí comienza el cambio.

¿Por qué no has salido de la industria?

Estoy justo en ese proceso, incluso entré a una empresa que me prometió trabajar en sostenibilidad, en medir la huella de carbono de las campañas publicitarias… pero cuando descubrieron que no era rentable, me devolvieron a lo de siempre: vender con marketing y publicidad.

Ese fue mi punto de quiebre, hoy sé con certeza que este mundo ya no es para mí; no tengo todas las respuestas, pero tengo algo que antes no tenía: claridad.

¿Qué te gustaría hacer?

Sanar y ayudar a sanar. Me apasiona la salud física, emocional y mental, estoy formándome en indoor cycling, tomando clases de anatomía, estudiando psicología. No sé exactamente cómo se verá ese futuro, pero sé que quiero contribuir a una cultura de bienestar real, no solo estética.

¿Qué te da más miedo: quedarte donde estás o saltar a lo desconocido?

Quedarme, porque quedarse es morir lento, ya lo viví. Además, la vida me preparó: me despidieron de un trabajo y fue la mejor sacudida. Me di cuenta de que ningún puesto define quién soy, hoy sé que los títulos se pierden… pero la coherencia contigo, esa no debería perderse jamás.

¿Crees que se puede hacer publicidad masiva sin hacer daño?

Sí, pero es difícil. Hay demasiado poder concentrado, demasiados intereses detrás.

El 85% de lo que se vende hoy está diseñado para enganchar. Y aun así, hay un 15% que está despertando; pero en general las marcas no están alineadas con el bienestar de las personas.

¿Puedes compartir algunas historias de terror (sin marcas, pero con verdad)?

  • Empresa Tabacalera: una marca de tabaco decía ser una empresa de tecnología que quería un mundo libre de cigarrillos. Usan dispositivos de colores para atraer a jóvenes. La edad promedio para empezar a fumar bajó de 12 a 10 años. Su target real, claramente son los adolescentes aunque no lo dicen.

  • Cadena de café: ofrece bebidas que no son lo que parecen: el “matcha” no tiene matcha, el “mango” es saborizante. Usan colores y nombres llamativos para atraer a niñas y niños. La verdad está en la letra pequeña, escondida estratégicamente donde nadie la lee; y aunque legalmente cumplen, el engaño es intencional.

  • Empresa de dulces y chocolates: aprovecha su posicionamiento para seguir vendiendo sin decir la verdad completa. Aunque no pueden hacer publicidad directa a niñas y niños, colocan sus productos justo a la altura de sus ojos en supermercados y tiendas, incentivando el antojo visual. Además, ante la escasez y el alto costo del cacao, muchos productos han eliminado por completo ese ingrediente. Muchos ya no contienen cacao, pero como la marca está tan posicionada, nadie nota cuando desaparecen palabras como “chocolate” o “cacao” del empaque.

  • Productos de limpieza: usa ingredientes tóxicos, pero sin advertencias claras. Nadie habla del impacto real de esos químicos en la salud. Las empresas se amparan en la legalidad, aunque saben lo que hacen.

Cerrar los ojos… o abrir la conciencia

La historia de Andrea no es solo suya, es un espejo incómodo para cualquiera que haya sentido la incomodidad de un trabajo que ya no vibra, de decisiones que no cuadran con lo que el cuerpo y el alma ya saben.

En un sistema que normaliza la inconsciencia, despertar no es fácil. Da miedo. Incomoda. Exige. Pero también libera, porque una vez que ves, ya no puedes dejar de ver; y ahí comienza el verdadero acto de valentía: elegir coherencia sobre conveniencia.

Andrea está en camino, no tiene todas las respuestas, pero ya se hizo la pregunta correcta: ¿qué precio estoy pagando por seguir aquí?, y tú, ¿qué historia estás ayudando a contar sin darte cuenta?

Siguiente
Siguiente

Suscripciones hasta en el cerebro: una mirada crítica al ARR y su sostenibilidad